Pues sí, hoy toca hablar de tres películas realizadas por tres grandes directores y que, aunque muy diferentes entre sí, abordan todas ellas ese sentimiento que de vez en cuando nos da por sentir a nosotros, lechones humanos, y que unos llaman apasionamiento, otros embeleso y otros, simplificando (o sublimando, según se mire) llaman amor. Lo que es indudable es que todos, en algún momento, nos hemos visto sacudidos por este tipo de sensaciones y nos hemos visto haciendo cosas que en un estado de serenidad mental quizá no habríamos hecho.
La primera de las pelis es Ese oscuro objeto del deseo (1977) del maestro Luis Buñuel, que narra cómo un aristócrata francés, Mathieu, interpretado por el no menos grande Fernando Rey, cae en las redes de una hija de inmigrantes españoles en aquel París de los 70 llamada Conchita, papel interpretado por dos actrices: unas veces es Ángela Molina, otras Carole Bouquet. Conchita se aprovechará de la pasión que Mathieu siente por ella para sacarle todo el dinero que puede sin dejarle tocarla ni un pelo. Buñuel siempre fue un maestro retratando las obsesiones humanas y esta película es un buen ejemplo. La atracción fatal de Mathieu hacia Conchita que, al ser interpretada por dos actrices totalmente diferentes, se nos presenta como un personaje casi irreal, idealizado por el protagonista, lleva a este prácticamente a perder la cabeza.
En segundo lugar hablaré de L'homme qui amait les femmes (1977) de François Truffaut. Aquí se nos cuenta la historia de Bertrand Morane, que mientras escribe sus memorias recuerda sus amores. Es un hombre enamorado de las mujeres en general (enamorado del amor, como se tradujo al español este título, no sé si muy acertadamente) y le tira los tejos tanto a la dependienta de una tienda de ropa interior como a la telefonista que le llama para despertarle cada mañana. La incapacidad del protagonista para mantener relaciones estables más allá de estos pequeños escarceos le llevará a cierto caos y a una sensación de vacío muy bien plasmada por Truffaut, otro gran cineasta que no sólo nos contó la historia de Antoine Doinel. Todo su cine es genial.
Por último, otra obra maestra en este trío mítico es Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972) de Rainer Werner Fassbinder, en la que aparece ante nosotros Petra, una diseñadora de moda venida a menos que le cuenta a su amiga Sidonie el naufragio amoroso que tuvo con su marido. Posteriormente comenzará una relación con una chica más joven que ella, Karin, que después la abandonará. La película es impactante y supone un monólogo casi continuo de Petra von Kant, que se desahoga ante la soledad a la que se ha visto abocada tras sus rupturas amorosas. situación que paga con su sirvienta, que no articula palabra en toda la película, y a la que Petra trata tiránicamente. Los planos de maniquíes del estudio en diversas posturas y el hecho de que toda la película se desarrolle en un mismo escenario interior le da un toque muy teatral y a la vez muy claustrofóbico. El discurso final de Petra delante de su hermana y su madre es una escena magistral, uno de esos clímax que se te quedan grabados. Obra maestra (una más).
Hoy he hablado de estas tres películas, pero os recomiendo cualquiera de las muchas que han realizado estos tres directores, grandes genios del cine europeo. Ninguna os defraudará.
La primera de las pelis es Ese oscuro objeto del deseo (1977) del maestro Luis Buñuel, que narra cómo un aristócrata francés, Mathieu, interpretado por el no menos grande Fernando Rey, cae en las redes de una hija de inmigrantes españoles en aquel París de los 70 llamada Conchita, papel interpretado por dos actrices: unas veces es Ángela Molina, otras Carole Bouquet. Conchita se aprovechará de la pasión que Mathieu siente por ella para sacarle todo el dinero que puede sin dejarle tocarla ni un pelo. Buñuel siempre fue un maestro retratando las obsesiones humanas y esta película es un buen ejemplo. La atracción fatal de Mathieu hacia Conchita que, al ser interpretada por dos actrices totalmente diferentes, se nos presenta como un personaje casi irreal, idealizado por el protagonista, lleva a este prácticamente a perder la cabeza.
En segundo lugar hablaré de L'homme qui amait les femmes (1977) de François Truffaut. Aquí se nos cuenta la historia de Bertrand Morane, que mientras escribe sus memorias recuerda sus amores. Es un hombre enamorado de las mujeres en general (enamorado del amor, como se tradujo al español este título, no sé si muy acertadamente) y le tira los tejos tanto a la dependienta de una tienda de ropa interior como a la telefonista que le llama para despertarle cada mañana. La incapacidad del protagonista para mantener relaciones estables más allá de estos pequeños escarceos le llevará a cierto caos y a una sensación de vacío muy bien plasmada por Truffaut, otro gran cineasta que no sólo nos contó la historia de Antoine Doinel. Todo su cine es genial.
Por último, otra obra maestra en este trío mítico es Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972) de Rainer Werner Fassbinder, en la que aparece ante nosotros Petra, una diseñadora de moda venida a menos que le cuenta a su amiga Sidonie el naufragio amoroso que tuvo con su marido. Posteriormente comenzará una relación con una chica más joven que ella, Karin, que después la abandonará. La película es impactante y supone un monólogo casi continuo de Petra von Kant, que se desahoga ante la soledad a la que se ha visto abocada tras sus rupturas amorosas. situación que paga con su sirvienta, que no articula palabra en toda la película, y a la que Petra trata tiránicamente. Los planos de maniquíes del estudio en diversas posturas y el hecho de que toda la película se desarrolle en un mismo escenario interior le da un toque muy teatral y a la vez muy claustrofóbico. El discurso final de Petra delante de su hermana y su madre es una escena magistral, uno de esos clímax que se te quedan grabados. Obra maestra (una más).
Hoy he hablado de estas tres películas, pero os recomiendo cualquiera de las muchas que han realizado estos tres directores, grandes genios del cine europeo. Ninguna os defraudará.
Ahí es ná
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